Según la Organización Mundial de la Salud, el 30% de los alimentos en los países en desarrollo se estropea por falta de embalaje. El embalaje ahorra diez veces más residuos de los que genera; si por estar mal embalado se estropea el contenido, se producen diez veces más residuos que los generados por la producción de un embalaje adecuado.

Varias evaluaciones del ciclo de vida (LCA) muestran que los envases de aluminio y el papel de aluminio doméstico contribuyen con menos del 10 % del impacto ambiental en el ciclo de vida de un producto: producción, preparación y consumo. Un estudio de la cadena de suministro del café ha demostrado que solo el 10 % de la energía total consumida entre la producción y el uso del café es atribuible al empaque, en comparación con el 50 % para la producción del café, el 35 % para su preparación y manipulación y el 5 % para las otras partes de la cadena.

En la cadena de suministro de un queso blando, la contribución del papel de aluminio al consumo de energía es inferior al 10 %, incluso si el metal no se recupera después de su uso. Así, una protección adecuada de los alimentos ahorra más recursos que los necesarios para la producción del embalaje protector.

Un embalaje más ligero significa menos consumo de combustible, emisiones reducidas del transporte y un manejo más fácil a nivel minorista. Un buen ejemplo es la lata de bebida de aluminio. El uso de latas de aluminio en lugar de materiales de embalaje tradicionales significa que se puede transportar alrededor del doble del volumen de bebidas por carga de camión.

Claramente, una forma mucho más eficiente y respetuosa con el medio ambiente de transportar dichos productos, sin olvidar las ventajas del impacto en los estantes y la protección del producto.